El Comercio 14/10/2007
La pesadilla terminó para la familia Campaña. Álex Campaña y Marcela Caiza abandonaron la mañana de ayer la lúgubre celda de la Policía Judicial de Quito, donde eran indagados por el supuesto crimen de dos de sus hijos.
“Se hizo Justicia”, decía su abogada Cecilia Pepinós, con la boleta de liberación dictada por el Juzgado Segundo de lo Penal. Ahora, la pareja quiere recuperar a sus tres hijos, que están internados en el hospital Baca Ortiz.
Los esposos Campaña-Caiza quieren olvidar a toda costa lo ocurrido la mañana del domingo pasado, en su departamento del Conjunto Los Olivares.
Esa día, ambos, junto a sus hijos: Gary, Roxana, Mateo, Ariel y un bebé de cuatro meses, y su sobrino Carlos Lucero, querían bañarse y preparse para ir a la iglesia. Pero, pasadas las 08:00, algo no estaba bien en el departamento.
Empezaron a sentir dolores de cabeza y un malestar extraño. La madre desesperada llamó a su líder de la iglesia de la Gran Congregación, a la cual había acudido la familia un par de ocasiones.
“Mi madre tenía el manos libres del teléfono activado y escuché gritos de terror que nos pedían ayuda; decían que los atacaba el diablo”, recuerda Jimmy Andrade, predicador de la iglesia y quien fue a auxiliar a la familia.
Aproximadamente a las 09:00, Andrade llegó al conjunto. El guardia, David Karakra, y el conserje José Guastay lo acompañaron hasta el departamento de los Campaña. El vigilante recuerda que tocaron a la puerta, pero nadie les contestó. Entonces, decidieron llamar a los Bomberos.
El reporte del Cuerpo de Bomberos señala que las 09:50 una moradora del conjunto los llamó para alertarles que unas personas están atrapadas en un departamento. Los socorristas entraron por una ventana y abrieron la puerta del inmueble. El primero en ingresar fue el predicador.
“Al entrar, sentí una fuerte presencia espiritual. Fue como un soplo de aire que me golpeó”, comentó el predicador. “Esa presencia -aseguró- era maligna y aún estaba en la casa de los Campaña”.
Recorrió el departamento. Vio a un niño tendido en el piso frente a uno de los cuartos. El resto de la familia estaba en una habitación: cuatro sobre un colchón y otros dos pequeños en el piso. Ellos eran Mateo y Ariel, que murieron.
Entonces, el predicador empezó un ritual, llamado de imposición de manos. A los pocos minutos, llegaron los paramédicos del 911, policías de turno y la hermana de Andrade, quien tenía que ayudarlo “a alejar a los espíritus”.
Mientras los miembros de la Iglesia Cristiana Evangélica oraban por ellos, los paramédicos trataban de revivirlos.
Sergio Matiz, miembro del 911 que atendió la emergencia, sostiene que su principal preocupación fue atender a la familia.
“Presentaban los típicos síntomas de personas inconscientes: pálidas, no respondían a ningún estímulo. Los niños estaban inconscientes. Les dimos oxígeno y fluidoterapia (suministro de suero). Reaccionaron muy bien y se los sacó del departamento”.
Afuera estaban las cámaras de TV que registraban la confusión: los policías que se persignaban, bomberos que no sabían la causa de la muerte. También grabaron al predicador que seguía orando.
Las ambulancias salieron con los niños sobrevivientes al Baca Ortiz. El médico que los trató (quien pidió el anonimato) dijo que llegaron con síntomas de una intoxicación: presentaban palpitaciones, mareos, ansiedad.
“Al recuperar la conciencia dijeron que se levantaron en la mañana y se preparaban para el desayuno, luego se pusieron a orar porque su madre se sentía mal y se desmayaron”, contó el galeno.
Los padres fueron llevados al hospital del Sur, con vigilancia policial. A la mañana siguiente, luego de recuperarse, los uniformados los llevaron detenidos a los calabozos de la Policía Judicial.
En su contra se fijaron cargos por filicidio (asesinato cometido por un padre a su hijo).
El fiscal Mario Fonseca y el jefe de la Policía Judicial, Rodrigo Tamayo, abrieron la indagación.
En medio de la especulación generada por algunos medios, especialmente de TV, empezó la investigación científica y forense.
La primera medida fue la práctica de los exámenes a los restos de los pequeños muertos. Marcelo Jácome, médico legista de la Policía, hizo la autopsia. Su diagnóstico fue que murieron por un edema pulmonar, por la acumulación de líquidos.
La causa era una aparente intoxicación; sin embargo, esa hipótesis debía ser confirmada por las pruebas del Instituto Izquieta Pérez.
Los resultados del análisis estarían listos en tres días (de lunes a miércoles). Mientras tanto, el predicador Andrade decía estar convencido de que luchó contra el diablo en el departamento de los Campaña. “Las personas siempre quieren dar una explicación racional a todo”, decía en una oficina semivacía, que es su negocio: una productora de TV, en el norte.
Los padres, aún detenidos, empezaron a contar su verdad. “Lo que ocurrió fue accidental. No hubo ningún rito”, explicaba Álex, cuando hablaba con un periodista. Su esposa tenía la misma versión, pero agradecía a los predicadores de la iglesia por precuparse por su vida y bienestar.
El miércoles en la tarde, las pruebas llegaron. Los niños murieron por una intoxicación con monóxido de carbono, producida por la combustión del gas del calefón. Jaime Benálcazar, jefe del cuerpo de Bomberos, dijo que el monóxido de carbono al ingresar al sistema respiratorio y sanguíneo genera un letargo, sueño muy profundo, mareos y la muerte. Esto ocurre cuando hay un nivel superior el 60% en la sangre.
Tamayo, quien se mantuvo cauto, confirmó que se descubrió las causas de la muerte y de la intoxicación. Además, que los padres no tuvieron responsabilidad, por lo cual su libertad era inminente.
Pese a que su convicción de un supuesto caso de posesión diabólica fue apabullada por las evidencias científicas, el predicador dice sentirse tranquilo porque su alerta salvó la vida de seis personas.
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